Y de repente una noche lo cambia todo, convierte los grises en blancos y hace que aquello que ya creías muerto, luche por su vida como lo haría una madre por su hijo. Y todas aquellas cosas que te molestaban no desaparecen, pero al menos durante ese instante te dan igual, por que tu sonrisa de oreja a oreja no te permite acordarte de ellas. Entonces te das cuenta de que a lo mejor, te equivocaste al no fiarte de tu primer instinto, el que te decía que de ahí iba a salir algo, bueno o malo, pero algo. Algo por lo que tal vez valía la pena luchar. Y te armas de valor y te enfundas en tu mejor armadura y sales al campo de batalla, por que sabes que pase lo que pase, habrá valido la pena.